Una madre es lo más hermoso que alguien puede tener: fuente de toda inspiración y de una conciencia recta. Y como todos, tuve la fortuna de tener a la mejor madre del universo! En su lecho de muerte, rezaba por nosotros, veía por la gente. Ballerina y seleccionada por Amalia Hernández para viajar por el mundo, vegetariana, yoghi, danzante, guardiana de las enseñanzas del hermano Servando Estrada, junto con mi padre Enrique fueron mis mejores maestros: Trabajo bien hecho, alegría infinita por vivir, espiritualidad sana y amor por la tierra, su vida fue ejemplar, pero su partida fue la graduación más digna de su vida: ante una de las enfermedades más horrendas, la muerte más hermosa, reservada para los altos espíritus. Llorábamos de no saber qué tenía, de no saber si había esperanza, de la incertidumbre, pero ella, resistiendo el dolor con respiraciones y meditación, dormía como quien termina el día lleno de gozo ante una jornada satisfactoria. El 10 de mayo en la madrugada la soñé. Estaba yo flotando sobre la hierba, y me extrañaba estar así. ¿Qué está pasando? ¿Por qué estoy volando? Y sin mirarla, a mi lado ella me decía: «Ya soy un ave. Ya estoy con mis papás, ya llegué con ellos y estoy muy bien». Se oía inmensamente feliz, dándome este mensaje como si alguien que hubiera venido de visita, al regresar a su casa llamara para avisar que ya llegó con bien.
Desperté. Hermoso sueño. Ella ya no sufría y estaba inmensamente feliz. Pero sólo era un sueño. Estábamos esperando el tratamiento, que en cualquier momento le empezarían a aplicar por los próximos meses o años. Ella estaba dormida, plenamente relajada, pero mi sueño me hizo pensar que ya se había ido, aunque su cuerpo seguía estando aquí. Mi padre nos dijo que el mejor regalo para ella ese 10 de mayo era tener a todos sus hijos junto a ella, como en el último mes. Mi tía también había soñado con ella al mismo tiempo que yo. La veía con mis abuelos, tan feliz que le preocupó: «Ya no va a querer regresar».
A la noche me tocó hacer la guardia. Cuando mi padre salió de la guardia vespertina, me dijo: «Según el doctor, su cuerpo ya está en crisis. En cualquier momento se nos puede ir, aunque tal vez dure semanas o meses». Por mi sueño, yo sentía plenamente que ella ya estaba en la luz. Al verla dormida, con su cuerpo completamente inmóvil, me convencí más. Constantemente la cambiaba de posición, pero su cuerpo ya no tenía ningún reflejo. Respiración errática, la oxigenación a veces bajaba a 20%; la frecuencia cardíaca a veces hasta 140!; la glucosa también llegaba a 20%! ¡Era imposible! ¡Debía ser un error de los instrumentos! Así estuvo toda la noche. Pero para las 6 de la mañana del 11 de mayo, todo se empezó a estabilizar. Frecuencia cardíaca en 80, presión en 110, oxigenación al 100%, ni siquiera 98, sino 100%, glucosa en 90. Respiraba tan profundo y en paz como si estuviera meditando. Ni la enfermera ni yo lo podíamos creer. Ella dijo: «Se estabilizó muy bien. En cualquier momento se le empezará a aplicar el tratamiento». Se veía tan bien, que sentíamos que en cualquier momento iba a despertar. Después de todo, fue un sueño. Recibiría su tratamiento y se compondría, y la vida seguiría siendo maravillosa a su lado. Así es la vida, llena de sorpresas y de milagros. Y así se fue, a las 7 y cuarto de la mañana del 11 de mayo de 2022, con sus signos vitales perfectos.
De momento me derrumbé. No lo podía creer. Pero el sueño venía una y otra vez a mi mente, y sólo podía sentir que ella estaba feliz, fascinada. Más personas soñaron con ella los siguientes días, y todas soñaron lo mismo: que estaba fascinada del lugar en que se encontraba, con mis abuelos, mis tíos, mi primo… No pude volver a llorar, ni dejar de pensar en ella. A cuatro meses de su partida, sólo siento su paz, tan cerca su presencia como si pudiera abrazarla con sólo estirar mis brazos. Sus flores duraron un mes intactas. Las luces parpadearon una semana. A mis hermanos y a mí nos empezó a ir muy bien, como si ella en su trascendencia pudiera arreglar las cosas. Nunca pensé que no lloraría por la partida de la madre más querida, la mejor persona, y que por el contrario, me llenaría de alegría de sentir que estaba ella feliz. Creo que eso fue el mayor milagro. La muerte más hermosa ante la enfermedad más cruel. Y eso gracias a que tu vida siempre fue hermosa, llena de dignidad, de respeto por los demás, de amor, de disfrutar lo hermoso del universo. Pero lo más milagroso es haber sido tu hijo. Siempre seré tu hijo, mamita hermosa. Ya puedo llorar.